jEs poco lo que a estas alturas podemos comentar acerca de la clamorosa bofetada con la que nuestro presidente respondió al presunto agravio verbal de un joven estudiante de medicina; en el trascurso de los días, aparte de las caricaturas e imitaciones burlescas que proliferaron en los medios, he leído comentarios y apreciaciones, muchas de ellas críticas, algunas justificatorias; de las últimas, los opinantes tratan de ponerse a sí mismos en la situación, ¿Qué hicieras tú si alguien te agravia de palabra injustificadamente o en el caso extremo te menciona a la autora de tus días?... Quizá la respuesta más común, sea pues, increparle y a más plantarle la mano encima; muy probablemente, yo, humilde empleado de clase media, podría haber hecho esto, y nadie se hubiera asombrado; pero que un presidente, máximo representante de una nación, baje al plano de un peleador callejero, debería ser impensable.
Sin embargo estamos ante una cruda realidad, una realidad de la que somos todos indirectamente cómplices, y es que un comportamiento de esta categoría solo cabe en la mente de un dictadorzuelo, cuya soberbia de poder le hace sentir que se hizo a sí mismo y sin deber a nadie por todo ese poder, un dictadorzuelo elegido por nuestros votos y nuestra ignorancia (o ingenuidad política), dentro de un sistema de caudillos que premia la audacia y la habilidad sobre la capacidad y la ética moral; tengamos en cuenta que no es la primera vez que nos ofrece muestras de la explosiva violencia de su carácter; solo imaginemos a este impúdico personaje de nuestra fauna política respondiendo violentamente, en un ataque de histeria, a cualquier desgraciado crítico, cuando esté representando a nuestro país ante cualquier organismo internacional, ¿Cuál es la imagen que damos ante el concierto internacional, y cuales las consecuencias de estas situaciones? ¿Es este el tipo de representación que nosotros deseamos para nuestra nación?
Esto es ahora solo una muestra más de la debilidad de nuestro sistema político, delegando el poder en personajes que se erigen en caudillos locales, regionales o nacionales, un sistema que se basa solo en la confianza de que tal o cual personaje van a actuar conforme a lo que nosotros esperamos de él, sin ningún mecanismo de control o fiscalización ciudadana.
Es tiempo, no solo que reconozcamos las fallas del sistema, que son a todas luces evidentes, basta de lamentarnos y darnos golpes de pecho, empecemos a tomar seriamente los planteamientos alternativos y tomemos acción.