La reciente marcha por
la vida en Lima me hace recordar algunas discusiones con mis amigos veganos,
ellos se niegan a comer carne animal o usar productos de origen animal, porque
sienten compasión por la vida de estas criaturas, pero no tienen ningún reparo
en acabar con la vida de los vegetales con los que se alimentan, su patética
respuesta es que “los vegetales son diferentes”, entonces por ser diferentes
merecen morir mientras los otros no, y solo ellos se erigen en jueces de
quienes deben morir y quienes no, porque, aparte debemos decir que tampoco
tienen remordimientos de aplastar una cucaracha en su baño o matar a golpes a
una rata que se cuela en su domicilio; pasan por encima de toda la teoría
científica que define la naturaleza del planeta en base a una cadena
alimenticia, donde algunos tiene que morir para que otros vivan y se active el
proceso de conservación de las especies.
Y es que justamente el
punto de quiebre en la teoría de los que defienden “la vida” es definir que
tipo de vida que están defendiendo, obviamente no se trata de defender todo
tipo de vida, como tampoco lo hacen los veganos, aquí se trata de defender la
vida humana, más precisamente la vida del nonato.
Los más
fundamentalistas, generalmente procedentes de las sectas religiosas
evangelistas que se han propagado en el país, sostienen que la vida humana
empieza desde el momento de la concepción, menos mal que no proclaman la vida
humana en el huevo o el espermatozoide, ¡porque tendríamos trillones de abortos
en cada masturbación!, pero esta demostrado por la ciencia que ni el cigote
formado por la concepción, ni el embrión a que da lugar, pueden ser
considerados un ser humano, es por esta razón que ningún doctor da
certificación de embarazo positivo hasta después de las doce semanas de la
concepción, por lo mismo los embriones humanos pueden ser modificados
genéticamente y comerciados por los servicios de infertilidad en el mundo.
Pero más allá aun de
estas consideraciones, podemos evaluar la doble moral de los inspiradores de
estas teorías, cuando pretenden defender el derecho a nacer de criaturas no
deseadas, pero se desentienden totalmente del tipo de vida que le tocara llevar
a esa criatura, no consideran aquellas niñas y mujeres que resultan embarazadas
a causa de una violación, que no son pocas, tampoco consideran el tipo de vida
al que están condenando a la madre, más aun, escucho los recientes comentarios
del Cardenal Cipriani que dan a entender que aquellos hijos deberán ser el
castigo merecido de aquellas mujeres por haber tenido sexo.
Las abuelas
conservadoras piensan que el aborto, además de pecado mortal, es una salida conveniente
para las mujeres de vida fácil, que andan teniendo sexo con cualquiera, en
parte tienen razón, nunca faltaran de aquellas, pero no describe al grupo; la
mayor parte de las mujeres que llegan al aborto son mujeres violadas, no solo
por extraños, sino aun por sus propias parejas, que por ignorancia les obligan
a tener relaciones y les prohíben usar anticonceptivos.
El tema recurrente en
este problema sigue siendo la pobreza, porque el sujeto de controversia son aquellas
mujeres pobres que viven en la periferia y no tienen acceso a la educación y
deben trabajar diariamente para sostener el hogar, y que además son abusadas
por la sociedad machista imperante; porque “las chicas de bien” tienen
suficiente dinero para ir a una clínica y pagar un buen doctor para que tener
un “legrado”
Y lo que no ven los
“defensores de la vida” es que el aborto es una realidad prominente en nuestro
país, una realidad que no pueden ocultar con discursos moralistas, y una
realidad que cuesta muchas vidas de mujeres pobres, que no tienen otra opción
que someterse a las manos de “curanderos” con practicas sanitarias dudosas;
esas son las vidas que en realidad importan, y no son pocas.
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