Escribí hace algún
tiempo que la corrupción no podía erradicarse definitivamente porque pertenece
a la concepción del ser humano, no como corrupción en sí, más bien como el
delito, la transgresión, es la eterna lucha entre el bien y el mal dentro del
espíritu humano; me criticaron entonces si debíamos dejar de luchar contra la
corrupción en la convicción que jamás podremos erradicarla.
Si viviéramos en un
mundo ideal, donde no existiera el delito, todos obedeciéramos las normas,
todas las personas tuvieran buenas intenciones y solo existiera la bondad, entonces
habríamos dejado de pertenecer a la raza humana.
Tener la convicción de
que el mal no puede ser erradicado, no significa que permitamos que domine
nuestras vidas y nuestra sociedad; siempre existirán delincuentes, porque esta
en el ser humano el fallar, pero es nuestra tarea minimizar estos
acontecimientos al máximo, elaborando las normas que dificulten al límite su
ejecución y asegurando una sanción efectiva a los transgresores, de esa manera
se permita un desarrollo social con justicia y libertad; esa es la esencia
fundamental para la que los individuos constituimos una sociedad.
El modelo económico
neoliberal, ultima acepción del capitalismo salvaje, ha demostrado ser el caldo
de cultivo perfecto para el crecimiento incontrolado del fenómeno de la
corrupción; esta se ha desarrollado de tal manera que se ha incrustado dentro
de las mas altas esferas de la institución del Estado, está corroyendo todo,
las leyes, la justicia, las elecciones, los negocios, la educación, hasta el
modo de vida del simple ciudadano.
No hablamos de un
fenómeno peruano, es un sistema global, cuyos casos más resaltantes los podemos
ver en Brasil, Argentina, México, Panamá, Honduras, España, Francia, por
mencionar algunos.
Los defensores del
sistema hablan de las bondades de la libre empresa para el crecimiento
sostenido de un país, de los beneficios que genera la libre competencia en el
desarrollo del mercado, de lo maravilloso que es poder atraer a los grandes
capitales a países en desarrollo inyectándoles gran cantidad de divisas a su
economía y generando gran cantidad de puestos de trabajo a su población.
Lo que no dicen es que
la libre empresa exige de los gobiernos desregularización y falta de control,
tampoco dicen que los grandes capitales solicitan exoneraciones tributarias
para ingresar a un país, y que la libre competencia permite arrollar a los
pequeños negocios y crear grandes trust que dominen el mercado, ni que los
puestos de trabajo que crean solo sirven para aprovechar la mano de obra barata
y explotar a los trabajadores con el fin de maximizar sus ganancias.
Lo que es evidente es
que la misión generada por el neoliberalismo, de anteponer el lucro sobre todas
las normas sociales, es la raíz de la extensión de la corrupción que llega a institucionalizarse
en la estructura de los Estados.
La forma como el
sistema neoliberal propone la libre competencia es un viaje a la ley de la
selva, sin rigurosos controles desde el gobierno, sin competencia del Estado, dejando
expuesto a todo funcionario frente a las coimas y “comisiones”.
La forma como el
sistema funciona es premiando el “éxito” de la empresa, no importa cuál sea el
camino para lograr los objetivos, lo importante es alcanzar la meta; la evasión
de impuestos, la festinación de tramites, los arbitrajes comprados, las coimas
para obtener la licitación de obras, la compra de legisladores, etc. son solo
algunos de los métodos “normales” de acción para las grandes empresas.
El Estado neoliberal
defiende el interés de las empresas sobre los de las naciones y su población,
las trasnacionales no ostentan la bandera de ningún país, solo les guía la
búsqueda de la mayor ganancia, ingresan a un país buscando la mano de obra
barata, buscando extraer sus riquezas naturales, buscando un mercado para
colocar sus mercaderías; no van a dejar nada de valor dentro de los países que
saquean.
El sistema neoliberal promueve
el egoísmo individual, educa a los niños en la competencia despiadada, penetra
toda la institucionalidad del Estado y se enraíza en las mentes ciudadanas
haciéndose sentir como normal, a tal punto que puede mover a la sociedad en su
defensa.
Ser antisistema
significa tener la convicción de que este proceso económico es injusto y no
puede seguir sosteniéndose en el tiempo; se trata obviamente de cuestionar toda
bagaje propagandístico que camufla sus irregularidades, significa, últimamente,
que somos capaces de imaginar un sistema social con un conjunto de controles de
poder necesariamente balanceados para garantizar equidad entre los diferentes
estratos sociales.
Los cambios sociales
que marcan saltos epistemológicos en la historia no se detienen, las sociedades humanas vamos
a su encuentro a diferentes velocidades de acuerdo a la convergencia de diversas
circunstancias, de las cuales la más importante es los niveles de conciencia
social que alcanzan los pueblos, así fuimos pasando del esclavismo al
feudalismo y al mercantilismo, y así seguirá sucediendo, no es una ruta lineal,
la complejidad de cada formación social determina muchas especifidades, pero
definitivamente los cambios se concretan; ¿seremos uno de los últimos países en
incorporarnos al futuro o seremos pioneros en el cambio?
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