martes, 24 de mayo de 2011

El voto por la esperanza
Llegan los últimos días previos a las elecciones presidenciales en segunda vuelta para nuestro país, la polarización de las opiniones es más intensa cada vez, la línea divisoria entre un Perú profundo y rural de las provincias, y el Perú escéptico y urbano de Lima se dibuja más gruesa y clara.
Las opciones están definidas, más allá de la campaña de adjetivos e historias de fantasmas inventadas para mantener aterrorizada a la gente; la familia Fujimori y sus adláteres se han enriquecido desmedidamente con el dinero proveniente del latrocinio y la corrupción del gobierno de Alberto Fujimori, y pueden ahora solventar una millonaria campaña propagandística en todos los medios.
Para nadie es un secreto las matanzas, el robo y la corrupción del gobierno Fujimorista, su justificación final es: “matamos menos que otros...”, “robamos pero hicimos obras…”, “hubo corrupción pero la economía mejoró…”, ideas que han sido enclavadas falsamente en el interior de una mentalidad criolla urbana, la llamada “cultura combi” es decir: roba y deja robar, que no te importe lo que los demás hacen, que no te importe lo que sucede a tu alrededor porque nada va a cambiar, acostúmbrate a vivir así porque podría ser peor; el retorno de toda esta gavilla de delincuentes al gobierno tras la idílica imagen de su hija Keiko, quienes ya iniciaron nuevamente sus acciones despidiendo periodistas independientes, comprando la voz de los medios, captando las voluntades de los pobres con dádivas, nos asegura que ellos solo traerán más de lo mismo, mantenimiento del status quo, incremento de la explotación del trabajador en beneficio de los poderosos, haciendo más ricos a los demasiado ricos; esto es una amenaza.
Frente a ello un poco de esperanza, un acto de fe en el futuro, Ollanta Humala no es ningún mesías salvador, nunca creímos en la función de los caudillos, lo que la Patria necesita son verdaderos líderes, que sepan representar los intereses de sus pueblos; en estos momentos Ollanta solo representa un grupo de personas con algunas buenas intenciones, ¿es posible que logre realizarlos una vez en el gobierno?... nadie puede asegurar como se desarrollará este equipo político, es solo una expectativa probable, una posibilidad que se verá reforzada mediante la presión social que ejerzan las organizaciones ciudadanas para el cumplimiento de las metas trazadas, esta es una promesa.
 Es así que tenemos razones más que suficientes, todos los intelectuales y artistas del país con algún renombre ya se han pronunciado para evitar el engaño que con  las cifras manipuladas, por las mismas empresas encuestadoras que recibieron los fajos de dinero de manos de Montesinos en la salita del SIN, tratan de sorprender al votante; en esta segunda vuelta electoral todos los ciudadanos conscientes de su realidad, debemos cerrar el paso a la descarada campaña fujimorista, no solo movilizándonos con nuestro voto por la esperanza en el cumplimiento de las promesas de un político nuevo, sino además defendiendo  ese voto responsable en las mesas de votación, en contra de la amenaza de aquellos delincuentes que tratan de volver a apoderarse del gobierno, porque no dudamos que intentarán usar sus conocidas artimañas fraudulentas para torcer los resultados electorales a su favor.
Este 5 de Junio el Perú enfrenta una pugna entre la esperanza de una promesa y la amenaza de una gavilla de delincuentes, la dignidad nos invoca a levantar la cabeza y marchar hacia el futuro con valentía en defensa de la esperanza.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La vieja indecencia
Por César Hildebrandt
 El único mérito que puedo concederme en esta vida moteada de algunos éxitos y muchos fracasos, en esta carrera ingrata que me eligió, en este oficio artesanal de tratar de encontrar la verdad que a pocos importa y las mentiras que ya no escandalizan, el único mérito que me concedo, digo, es no haber cedido a la tentación del medio: resígnate, así es el Perú, tolera lo que todos, créeles a los idiotas de la derecha, a los que hacen negocios turbios y a la vez editorializan en relación con “los valores de la democracia” (cuando la verdad es que se zurran en ella y en lo que significa).
 Naces en este país hermoso y complicado y la primera sugerencia que te asalta es la del estoicismo: quédate quieto, tranquilo hermano, así es esta vaina, esto no lo arregla ni el sillau. Y se te puede pasar la vida haciéndote el de la vista gorda, haciéndote el loco y asistiendo con cara de palo a las grandes mecidas.
 –Nada puedes hacer, esas son las reglas– susurra el aire tóxico de Lima.
 –Esto no lo ha cambiado nadie– remacha una sombra, la sombra de lo que pudiste ser.
 Me van a perdonar pero yo jamás creí en eso. Jamás hice el muertito en el mar de los sargazos de las voluntades, quebradas o roídas. ¿Por qué? Porque siempre creí que en el país de las cabezas gachas había que mirar lo más lejos que se pudiera. Porque viendo a las hormigas a uno le dan ganas de volar. Porque hay belleza en la rebeldía y una flácida fealdad en el conformismo.
Porque, en fin, siendo un viejo creyente del agnosticismo siempre he pensado que Jesucristo fue un hombre revoltoso asesinado por el orden imperante. Y que sin la rebeldía de Cáceres habríamos detenido nuestra historia en el mísero Iglesias. Y que sin la rebeldía de De Gaulle los franceses habrían tenido que arrastrarse junto a Petain, ese gran derechista pro nazi.
 Mi generación ha fracasado. Pudimos tener a un refundador del país y construimos a García. Pudimos tener a un inconforme consagrado por las multitudes, a alguien que estuviese más impulsado por el amor que por el odio, pero nos detuvimos en Robespierre y en sus encarnaciones criollas.
 Pudimos tener un país y lo que permitimos fue un mall. Ahora la pelota está en el tejado de los jóvenes. De ellos dependerá que este país cambie de verdad.
 Hace como mil años que vivimos hablando en voz baja, consintiendo.
Hablamos bajito cuando los incas podían desollarte. Y más bajito cuando los españoles te podían trocear. Y todavía con murmullos cuando fuimos libres de boca para afuera pero súbditos de los sucesivos caudillos que creían que el Estado era un bien raíz y una chacra para los amigotes. Así fuimos haciendo esta gran Aracataca. Macondo hicimos.
 Pensar era –y es– una anomalía. Disentir, una provocación. Rebelarse, una extensión de la locura. En un país dominado por la injusticia hablar de la injusticia te podía costar El Frontón. Y luchar contra ella, la vida.
 Frente a un Túpac Amaru hubo cien Piérolas creando sus propios califatos. Porque el miedo a la libertad no es solo el título de un libro de Fromm. Es la consigna que la derecha le ha impuesto al Perú. Está en su escudo desarmado y en sus genes vendedores mayoristas de su propio país.
 Todos roban –te dicen–. Y eso es casi una invitación a robar. Porque si todos roban, ya nadie roba.
 –Aquí no hay castigos ni recompensas, todo se olvida– te muelen repitiéndolo. Y eso es otra incitación a la impunidad.
 Lo criollo es también esta salsa espesa de quietud egoísta. Las verdaderas tradiciones peruanas no son las de Ricardo Palma: son decir sí y estar en la foto.
 ¿Exigir cambios? Eso es –dicen los que cortan el jamón y los idiotas de sus services– de chavistas, rojos, perfeccionistas, amargados y renegones. En el Perú la ira de los pobres se combate con misas o balazos y hay un estoico agazapado en cada futuro, detrás de la maleza de los días. Y cuando estemos lo suficientemente ablandados, vendrá el tiro de gracia. Y cuando venga el tiro de gracia, cuando ya no pienses sino en ti mismo y bailes solo en la loseta ínfima que te asignaron, ese será el día final de tu hechura: serás uno de ellos. Hablarás como ellos, maldecirás como ellos, venderás como ellos. Y, sobre todo, harás lo que ellos: negar al otro y sólo reconocerte entre los tuyos.
 Que los jóvenes aprendan la lección. Nada cambiará si no matamos la resignación.
Porque la democracia no consiste en votar de vez en cuando. Consiste en ejercer la libertad a cada rato.
 Los esclavos no aman la libertad –esa es una mentira altruista–. Solo los libres pueden amar la libertad y defenderla.
 La mansedumbre no es madurez sino derrota. El aguante es la amnistía crónica. La docilidad es lo que se les exigía a los negros carabalíes embarcados a la fuerza en el puerto de Macao. La libertad no mata. La paciencia es una mentira teologal que contradice a Cristo y que Cipriani aplica en cada hostia. Cristo fue impaciente. La vida es una ráfaga impaciente.
Los peruanos no nacimos un día en el que Dios estuvo enfermo, como decía Vallejo de sí mismo. Naceremos el día en que sepamos apreciar el vértigo creador de la palabra desacato. El desacato no es el caos. Caos es lo que vendrá cuando las presiones sociales, contenidas por el plomo y la mentira, revienten otra vez.
 Y ahora sería un magnífico desacato, un descomunal acto de rebelión democrática o dejarse engatusar por quienes quieren, en el colmo de la indignidad, que premiemos a la hija de un ladrón y asesino –ladrona ella misma al gozar del dinero robado– con la presidencia de la República.
Y todo por cerrarle el camino a un señor que quiere cambiar algunas cosas. Solo algunas cosas. Un señor al que la experiencia ha moderado y que se ha comprometido a no hacer experimentos anacrónicos. Pero que sí quiere que las mineras paguen lo que deben, que los impuestos sean más directos, que los viejos estén menos desamparados, que haya menos hambre y que la pobreza rural se atenúe todo lo que se pueda sin desbaratar la economía. Y que quiere también que el gas peruano abastezca primero a los peruanos y que los grandes proyectos de exploración y explotación de la minería y del petróleo se concilien con los intereses nativos y las normas ambientales que no se están cumpliendo.
 La derecha quiere volver a demostrarnos que siempre gana. Presentó cuatro candidatos –cuatro variaciones de la misma melodía: Castañeda, Toledo, PPK y K. Fujimori– y los cuatro perdieron. Ganó un hombre gris que propuso algunos cambios. Y lo peor: sale la primera encuesta pos primera vuelta y el hombre sin demasiados atributos ¡sigue ganando! Y sigue ganando porque Lima, este espanto, no es el Perú. Porque el gobierno de Las Casuarinas está en crisis. Porque el modelo García, una combinación de Caco con Friedman, drena sanguaza.
 Entonces, la derecha propone liquidar, de una vez y para siempre, esta pesadilla que aturde al dólar, baja las acciones, hace chorrear el rímel. Para eso están su tele, su radio, sus periódicos. Y se deciden por lo previsible: la campaña del terror.
Solo el terror podrá salvarlos. Porque saben que su prontuariada candidata es impresentable aun para 75 por ciento de peruanos.
 Lo único que cabe, entonces, es bombardear al incómodo reformista con todos los B-52 de la calumnia, el rumor, la mugre, la idiotez que los cándidos pueden propagar. El propósito es el homicidio político del hombre que propone algunos cambios. Y los muertos no pueden ganar elecciones.
Hablan de intromisión extranjera los que quisieran anexarse a los Estados Unidos o al Chile potente que sus tatarabuelos dejaron entrar con su cobardía y su desunión. Denuncian que la libertad de prensa peligra quienes despiden a periodistas que se niegan a sumarse al lodo de la campaña contra Humala. Y advierten que el empleo está amenazado quienes han creado la mayor cantidad imaginable de empleos basura y services explotadoras.
 Y a todo esto le llaman “elecciones democráticas”. A ensuciar la inmundicia le llaman “debate”. Y no tienen problema alguno bancando a una candidata indecente. Ellos representan la vieja indecencia de las encomiendas, las ladronas leyes de consolidación, el festín del guano. La señora K. Fujimori les cae como anillo al dedo.
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Tomado del semanario Hildebrandt en sus trece  y reproducido en el diario LA REPUBLICA, ed. 1 mayo 2011

lunes, 16 de mayo de 2011

SIGNIFICADO DE LA VOTACION DEL 5 DE JUNIO DEL 2011
Por Juan Cristóbal
I

Para votar ese día, antes debemos de preguntarnos ¿qué es el Perú? Y no tardaremos, seguramente, en respondernos: el Perú -nuestro país- es un país bastardo, ilegítimo, entregado –desde la Colonia- a las grandes potencias y poderes externos e internos que lo han desarticulado, criminalizado, narcotizado y dominado, donde  sus clases sociales antagónicas no solo se contraponen y detestan sino se odian y destruyen (en todo orden de cosas, incluso en el olvido). Donde no hay economía propia, ni sociedad, ni cultura, sino segmentos caóticos de todo ello. Donde el racismo, machismo, homofobia, los desencuentros milenarios, las rencillas de toda clase campean en sus umbrales, entrañas y linderos. Donde el desorden moral y la crueldad de sus instituciones es un absurdo banal, grosero y espeluznante. Donde su avaricia y mezquindad envejecen la existencia de los seres humanos. En síntesis, un país y sociedad donde el maltrato, el envilecimiento, la corrupción (palpable y espiritual) están a la orden del día, donde la esperanza y la conciencia parecen haberse esfumado y desaparecido para siempre.

¿Y quiénes pagan, desde siempre, esta bastardía, esta incruenta y perversa situación? Los inocentes, los que no tienen culpa, los que no tienen nada, los pobres, los explotados, humillados y marginales. ¿Se puede amar a un país así? Lamentablemente, sí. Lo  comprobamos a diario.


II

Pero hay una candidata, Keiko Fujimori, que merece la siguiente reflexión.

Es verdad que nuestra patria, cuya historia social y política no es la más ejemplar de todas, sufrió, de manera casi enfermiza, a partir de los 90, el ejercicio del poder casi absoluto de un ingeniero agrónomo, Alberto Fujimori (padre de la candidata), en correspondencia con su asesor, el capitán Vladimiro Montesinos, que años antes había sido declarado “traidor a la patria” por las propias Fuerzas Armadas y que luego se convertiría en el más encumbrado corruptor del régimen, con el aval del ingeniero.

Ellos gobernaron el país cerca de una década como un enorme burdel, luego entraron en desgracia, especialmente por unos “vladivideos” que se conocieron a través de la TV, donde se destapó la enorme corrupción que existía no sólo en los diversos sectores políticos, comenzando por la cúspide del poder, sino también entre los empresarios, los dueños de los medios de comunicación social, el poder judicial, periodistas de todo mando y laya, intelectuales, sectores laborales, es decir, casi todo el tejido social del país. A esto habría que añadirle la conformación de grupos paramilitares, el más connotado el denominado “Colina”, (como un ejército de “macros”) que mataban a mansalva a sus opositores, sean ancianos, mujeres y niños, y a todo aquel que defendiese los derechos humanos de la población. Súmese también el terrorismo de estado (con las fuerzas armadas a la cabeza), el crimen organizado, desapariciones, matanzas, encarcelamientos, presiones psicológicas, en fin, todo tipo de decisión para imponer un poder brutal que odiaba la dignidad y la cultura rebajándolas al nivel de la inmoralidad, con la ayuda del terror.

Este clima social y político que vivía el país (y que continuó viviéndolo con algunos retoques hasta el presente) era desastroso. Suprimió derechos laborales, entregó nuestras riquezas naturales a las grandes empresas y consorcios transnacionales, encubrió mafias, saqueó sentimientos humanos, propició -vía el pragmatismo-, el cinismo, la crueldad y la cobardía, nos hundió, en buena cuenta, en la más horrenda miseria moral al ser tratados como sub-humanos, es decir, como decía Lezama Lima, “a la dolorosa reducción del yo a la nada”. Sentimos estoy seguro,, por todo ello, una profunda depresión y un gran escepticismo frente a todo lo que podía significar, confianza en el ser humano, esperanza o cambio social. Se sumaría a tal desesperanza la división de la izquierda y del campo popular, mientras el poder de la derecha se envalentonaba y hacía lo que quería. Comenzaron las traiciones de mucha gente socialista (visible y de la otra) que se pasó al fujimorismo y a la delación. El caso más notorio fue el del historiador Pablo Macera.

III

Este es, pues, el país que quisiéramos salvar y que nos enfrenta a dos fuerzas dispares, pero en algunos casos semejantes. Keiko significa todo lo que significó su padre. Y Humala, con todos sus retrocesos y retoques es un misterio. Y como todo misterio una posibilidad y esperanza. Que cada quien vote lo que su conciencia le diga y dictamine, pero ojo con la criminalidad artera. Pero también con el misterio. Lo que sí debemos es prepararnos para defender nuestros derechos, nuestros más absolutos derechos, de manera colectiva y organizada, desde el día mismo que vivimos hasta el día que tengamos que morir, que sea con la más tierna y generosa solidaridad. Este es el gran reto que debemos afrontar frente a los actuales candidatos.

Lima16 de mayo, del 2011