Muchas veces se ha repetido
lo importante que es que un pueblo conozca su historia para no repetir los
mismos errores que sus antepasados.
En una sociedad
escindida por una prolongada guerra interna, este significado es crucial, las
circunstancias que desencadenaron el reguero de sangre que bañó al país durante
dos décadas no pueden repetirse, la memoria de esta sangrienta historia no
puede borrarse, nuestro presente no debe mancharse con las culpas de los
actores del pasado, y el futuro no debe construirse sobre falsas premisas.
La derecha no quiere
reconocer que hubo una guerra interna en el Perú porque significaría reconocer
el status de combatientes a los rebeldes, es una situación de carácter legal
que no están dispuestos a aceptar, dado que los enfrentaría a la comunidad
internacional; por eso solo permiten que se hable de un “conflicto armado”,
pero la DBA aúlla que hablar de una guerra interna convertiría a Abimael Guzmán
y otros cabecillas terroristas en “prisioneros de guerra” y eso facilitaría que
pidieran su libertad, una falacia desde el principio, pues aun en términos de
guerra los combatientes son pasibles de pagar completamente sus culpas por
crímenes de guerra
Para los fujimoristas lo
más importante borrar los rastros de las atrocidades cometidas durante el
gobierno de Alberto Fujimori; Keiko, la hija heredó no solo un aparato
organizativo y los contactos políticos y financieros, sino que también arrastra
un pasado político rubricado por una década de dictadura, herencia que se ha
convertido en una pesada rémora que no le ha permitido alcanzar la presidencia
de la república por dos veces consecutivas.
Borrar ese rastro de
sangre y pillaje que dejó su padre no será posible sin resucitar el fantasma
del terrorismo, que tanto o más devastación costo al país, la angustia que
causa dentro de la población la posibilidad de revivir los días de la guerra,
es aprovechado por la mafia fujimorista para crear el mito de que Alberto
Fujimori acabo con el terrorismo, por lo tanto, ellos serían los únicos que pueden asegurar que este no
renazca.
Ahora saben que es de
conocimiento público no solo los asesinatos y el robo del erario público que se
cometieron durante la dictadura, sino que además resulta evidente la
utilización política que hizo del terrorismo, antes bien que combatirlo, este
fenómeno le dio todo el marco que necesitaba para usurpar los poderes del
Estado y obtener la patente para cometer sus actos delincuenciales sin la
fiscalización que garantiza un balance de poderes en una democracia activa.
Por esta razón, de la
manera más grosera se han dedicado a “terruquear”, encontrando complots “rojos”
y descubriendo “terrucos” infiltrados por todos lados, sin reparar en los
derechos de las personas, destruyendo incluso las instituciones y arrastrando a
todos los que se oponen a su “pogrom”.
Es ahora, más que
nunca, un deber ciudadano preservar la memoria de lo que nos pasó, de lo que significó
para el país dos décadas de un enfrentamiento armado que desangro al país y
creo una brecha de odio entre los peruanos, una herida que aún no termina de
cerrarse y que ahora por motivos de proselitismo político algunos pretenden
reabrir, porque solo pueden mantener el control a través del miedo.
Ser de izquierda, ser anti
fujimorista, luchar contra las medidas antipopulares del gobierno, marchar
contra la corrupción o defender los derechos humanos, no nos convierte en
terroristas, ni en simpatizante de los terroristas; no permitamos que confundan
nuestra mente solo para sumar adherencias.
La verdad debe ser
dicha y mostrada como esta sucedió, una guerra sucia en la que ambos bandos
cometieron atrocidades contra la población civil, crímenes de lesa humanidad; es
muy importante que las circunstancias políticas y sociales que desembocaron en
esta cruenta situación no vuelvan a convocarse. Queremos un país unido,
construyendo una patria con justicia social, avanzando en el desarrollo y la tecnología
para mejorar la calidad de vida de nuestra población, luchando contra la corrupción
y la delincuencia; no podemos permitirnos el lujo de olvidar nuestro pasado, de
cometer los mismos errores, de reabrir heridas que nos separan.
El LUM debe subsistir,
con la claridad del mensaje que trasmite, defenderlo es demostrar la calidad de
ciudadanos que somos.
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