El desarrollo de los
acontecimientos parece confirmar que en el Perú, para salir del círculo de
males menores y corrupción, es necesaria una insurrección ciudadana.
Los actores políticos
de izquierda aún se encuentran embargados en divisiones y competencias por
cuotas de poder, existe una fuerte voluntad, especialmente en el sector
juvenil, por construir una alternativa coherente y con visión de futuro, pero
sus esfuerzos verán resultados solo en el largo plazo.
Por el lado contrario
no existe, políticamente, una derecha ilustrada, con una visión de país y con
la inteligencia para formular un proyecto nacional viable.
La derecha que tenemos
es una fuerza ultra reaccionaria, ramplona, fuertemente ligada a intereses económicos
extranjeros, sin fuertes lazos con la nación, ellos ven al Estado como un medio
de lograr objetivos personales y de su grupo social, para ello no tienen reparo
en reclutar a los más indignos personajes con tal que les aseguren la funcionabilidad
el sistema que los mantiene en el poder, y no dudan en usar su control de los
medios a su disposición para destruir a sus contrincantes políticos.
Durante las últimas
décadas el ciudadano peruano, decepcionado de la actuación de los “políticos
profesionales”, está buscando nuevas opciones que representen realmente sus intereses, de allí que la derecha,
buscando proteger el sistema, impulsan el surgimiento de “outsiders”, que son
gente sin partido o ninguna organización
política estructurada que los respalde, sin una ideología ni constructo social
que ofrecer a la nación, son personajes con una celebridad, capaces de
arrastrar votos y significan solo una imagen creada por los medios de
comunicación, que se sostienen por grupos de apoyo de campaña, que son más como
un club de fans, cuyo apoyo se nutre con
la esperanza de conseguir algún beneficio si su candidato logra el éxito,
ciertamente contando con los importantes aportes económicos de los operadores
financieros a los cuales tendrán que responder si llegan al poder; esto
determina que, sin un aparato organizativo y con una fuerte dependencia
económica, son personajes fácilmente manipulables.
Los operadores
financieros siempre juegan a ganador, es decir no apuestan a un solo candidato,
juegan con su dinero de acuerdo con las mayores o menores posibilidades que el
candidato muestre en las encuestas y sus proyecciones, pero se aseguran de que
cada uno de ellos tenga deudas pendientes con ellos con las cuales poder
ejercer presión.
Prácticamente en todas
las elecciones posteriores a 1980, la mayoría del electorado no ha tenido la
posibilidad de votar por una opción propia, las elecciones han estado encaminadas
a votar en contra del candidato que detestamos, esa ha sido la historia de la
nueva república después del fujimorato.
En este contexto los
protagonistas de la corrupción se protegen y se aseguran de tener el control
del aparato del Estado y seguir manipulándolo de acuerdo con sus intereses, que
están lejos de ser los que la patria necesita.
Parece que estamos
envueltos en una espiral de contubernio con la corrupción, la cual ha
envenenado todas las arterias de la nación, va mas allá del gobierno, mas allá
del aparato estatal, lo vemos en las calles, en el ciudadano común, en los
negocios privados, ya se considera normal un poco de corrupción, es práctica
común ser insensible al atropello de los derechos de los demás; cada cual trata
de sacar el mejor provecho en cada situación.
Una solución al
entrampamiento político seria apoyar la vacancia presidencial con el objetivo
de conformar un gobierno de emergencia nacional, que llevara a cabo el cambio
constitucional; porque romper el círculo vicioso de la corrupción requiere
empoderar al ciudadano y acabar con la delegación de poderes al “político
profesional”; pero este paso requiere en primer lugar un consenso entre las
fuerzas políticas, caso difícil pero posible, y además rompería con la norma
constitucional, lo que sería pasible de sanción a los ejecutores y nulidad de
lo actuado, si como defensores de la democracia nos nombramos.
Llegar al cambio de Constitución
significa llegar a tener una mayoría en el Congreso y esto necesita de un arduo
trabajo de construcción de bases y concientización del ciudadano en sus deberes
cívicos; labor nada sencilla si contamos con que la derecha mafiosa tiene
sometido a los medios de comunicación, tiene el suficiente poder económico para
comprar con dadivas a los sectores más empobrecidos, además que el sistema
presiona a la masa hacia un consumismo compulsivo y una competencia desnaturalizada;
por otro lado las mismas fuerzas de izquierda y progresistas no saben aún como
asumir el reto del cambio social que les ha pasado por encima sin haberse dado
tiempo para adaptarse; es decir estamos hablando de un proceso que puede tomar
un par de décadas, fácilmente.
Pero la historia ha
demostrado, en varias oportunidades alrededor del mundo, que cuando los cambios
sociales preceden con mucha ventaja a las estructuras políticas, estas pueden
estallar en un salto insurreccional, que se encargue de poner al día sociedad y
política; la insurrección proviene de una masa que rebasa el hartazgo que le
produce su clase política y rompe
violentamente con el esquema para imponer un nuevo Estado de Derecho; hay que poner
atención que no estamos hablando de lucha armada, guerra de guerrillas, u otras
opciones militares; la insurrección surge así, casi de manera espontánea, donde
el ciudadano de a pie, uniéndose en precarias organizaciones, sobrepasa a sus líderes,
se levanta llevando al gobierno contra la pared y lleva al país a dar un
radical golpe de timón.
De todas maneras, la insurrección
pone también contra la pared a los líderes políticos de oposición, que se ven
obligados a dejar atrás sus dudas y ponerse a la cabeza del movimiento popular,
llevando a cabo los cambios que la masa ha levantado.
¿Está el Perú en el
camino insurreccional? Hay que medir la presión de la calle, la decepción
política en la masa silenciosa tiene un límite, este borde no es una línea
matemáticamente definida, tiene diferentes valores en el espacio y el tiempo,
cuando la fractura entre la sociedad civil y sus interlocutores políticos se
vuelve demasiado profunda, se rompe el acuerdo social y emerge un nuevo orden.
Viene ahora las preguntas:
¿es una insurrección civil el único camino para resolver la crisis política
peruana? ¿queremos realmente llegar al borde de esta situación?
Les dejo estas
reflexiones para pensar.