El Perú ha sido
históricamente el país más atrasado de toda Latinoamérica, desde las luchas de
la independencia, recordemos que nuestra clase criolla estaba tan cómoda con
los privilegios que le brindaba la corona que tuvieron que llegar las tropas
extranjeras para expulsar a los españoles de su último bastión, del centro de
su monopolio comercial desde el puerto del Callao.
Luego con la Republica
se vendieron a los ingleses, primero con el guano y luego con el caucho; la
casta terrateniente se aferró hasta el último momento al poder que le otorgaba
el usufructo de la tierra, así como la renta de los enclaves norteamericanos y
a pesar de toda la creciente presión social, no hubieran dado paso a la reforma
agraria si un sector nacionalista del ejército no la hubiera impuesto por la
fuerza de las armas.
Siempre el Perú ha
tenido la clase dirigente más retrograda del continente y ahora que ha sido
remecida con los grandes escándalos de corrupción, ha sacado a la calle a los
grupos evangelistas recalcitrantes para enfrentar los cambios sociales y la
reforma del Estado que requiere la posmodernidad.
La verdadera movida sin
precedentes es que la iniciativa impulsada por los grupos evangelistas ha logrado
arrastrar como furgón de cola a los más fervientes cristianos, usando pasajes
de la biblia como justificación para sus movilizaciones y la oposición al implante de una supuesta ideología de género
como bandera.
Por el extremismo de
estas posiciones han llegado a pedir que se quite la vida de quienes presentan
comportamientos que no están de acuerdo a su doctrina, se culpa por los
terremotos y las inundaciones a un castigo divino por la llegada de la supuesta
ideología de género.
Si antes los cristianos
ponían una barrera a los evangelistas que llegaban de puerta en puerta tratando
de convencerlos con sus predicas, esta vez lograron romper esas barreras y los
tienen enganchados a su prédica gracias a una millonaria campaña financiada
desde el extranjero; obviamente más allá de la movida política esto redime una
ampliación interesante del campo de acción para la doctrina evangelista en sus
diferentes corrientes, y una perdida para la iglesia católica.
Las fuerzas conservadoras
están tratando de retomar posiciones ante el avance de la modernidad y las
reformas propulsadas por el Estado, la intensidad con que llevan a cabo su
campaña contracultura demuestra que los cambios propuestos son los que
realmente van a cambiar el rostro de nuestra patria.
La experiencia histórica
de nuestro pueblo nos enseña que los cambios sociales de esta magnitud no
llegan por su propio impulso, como en otras culturas, se hace necesaria una revolución,
llegamos al punto en que la cantidad debe convertirse en calidad, una ruptura
de paradigmas, de las ideas que habíamos creído correctas hasta ahora, que habían
funcionado correctamente para nosotros desde un tiempo atrás y ahora debemos
cambiar, es lo que en sociología llamamos un salto epistemológico.
Debido a la naturaleza
de nuestra cultura y el promedio educativo de la población, este salto tendrá que
ser impuesto desde la autoridad de un gobierno, gobierno que con seguridad deberá
ser espoleado por las fuerzas progresistas de la nación.
La democracia en su
sentido más amplio, significa revertir el poder de decisión a los ciudadanos, pasar
de un sistema que delega, cada cierto número de años, poderes casi absolutos a
determinados individuos calificados como “clase política”; hacia un sistema de
real representatividad, donde la opinión de los electores tenga un directo peso
político en las decisiones de gobierno.
Estoy convencido que un
cambio de esta magnitud, en el centro de una sociedad tradicional como la
nuestra, tendrá que concretarse a través de una insurrección ciudadana, la que
seguramente tendrá que contar con la solidaridad de los movimientos progresistas
internacionales, tal como sucedió en el pasado con la independencia o con la
quiebra del latifundismo.
En el momento presente toca
abrir consensos para educar a nuestra gente en los conceptos de democracia y
modernidad, estableciendo un frente común ante los conservadores radicales que
quieren regresarnos a las eras de la santa inquisición.
La corrupción casi
generalizada que envuelve a gran parte de los aparatos del Estado, ha generado
una total decepción acerca de la llamada “clase política”, el sentimiento se
refuerza con la llegada de los desates naturales en todo el país, ante la falta
de prevención y donde se desvelan las coimas y malos manejos de los fondos públicos.
Es la ocasión en que el
sistema se pone en peligro de colapsar, por eso sentimos los embates de los
sectores reaccionarios, sin embargo, como sucedió en el pasado con el sistema
semifeudal que regía el país, los dueños del poder seguirán aferrados a sus
privilegios, encontrando siempre alguna salida para justificar su
entronamiento, mientras no exista una fuerza capaz de liderar el cambio.
La revolución en el Perú,
no tiene que ser nuevamente impuesta por la fuerza de las armas, pero si por la
rebelión de las fuerzas visionarias que pugnan por romper el sistema económico-político
que somete a la mayoría a una vida de necesidades irresueltas para satisfacer
los lujos de una minoría parasitaria.
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