El sistema capitalista de
desarrollo exige a la industria de bienes y servicios que sea extremadamente
competitiva, para sobrevivir tiene que estar en constante renovación para posicionarse
en un mercado cada vez más complejo; la tecnología es la llave del éxito en
esta interminable carrera por mantenerse activo en el mercado, quien se apropia
de la tecnología de punta, no solo sobrevive, sino que saca el mayor provecho de
su negocio.
Sin embargo desde la aparición de las primeras máquinas propulsadas por la
fuerza del vapor en el siglo XVII (la revolución industrial), la aparición de nuevas
tecnologías han ido desplazando la mano de obra en una proporción algebraica, es
decir, a mayor tecnología, mayor desempleo; esta ecuación no ha variado en los siguientes
siglos, más bien se ha reforzado ampliamente, creando un fenómeno global que
crece como una bola de nieve rodando por la pendiente, originando una serie de crisis
en el sistema económico, la cual se
viene enfrentando con parches temporales que solo dilatan el estallido final.
La paradoja histórica es
que, los nuevos inventos y la tecnología están supuestos a ayudar al hombre
moderno, a liberarlo de la pesada carga del trabajo físico, hacer su vida más
liviana, sin embargo, dentro de este sistema inequitativo, al liberarlo del
trabajo lo separa también de fuente de ingresos económicos, que es su único medio
de subsistencia, y lo condena a un régimen semifeudal, donde debido a la gran
oferta de mano de obra, tiene que aceptar injustas condiciones y mal baratear su fuerza de trabajo hasta límites
nunca vistos antes en su intento de sobrevivir; esto mientras los dueños del
capital financiero multiplican sus ganancias inmoralmente, bajo la legalidad de
un Estado controlado por sus intereses.
¿Es esta ecuación inmutable
y estamos condenados a sufrir sus consecuencias indefinidamente?
Definitivamente NO, esta
situación ha sido creada artificialmente por el sistema capitalista que los
dueños del poder se empeñan en defender, no es el orden natural de las cosas, como
quieren hacernos creer.
En primer lugar, la
inventiva del hombre ha sido aguzada siempre por la necesidad, es decir la técnica
está al servicio de hacer más fácil la
vida; en segundo lugar, el provecho de la técnica debe ser compartido, porque
cada nueva tecnología se levanta sobre los hombros de quienes les antecedieron,
no existen los Robinsones, vivimos en una sociedad compleja cuyas interacciones
la impulsan hacia el desarrollo, nadie existe como individuo aislado de su
entorno; ese es el orden natural de las cosas.
Es cierto que el lucro
se ha convertido en el motor de la innovación, estamos todavía a un par de
siglos de cambiar eso y lograr aquel hombre nuevo que soñó el Che, cuya motivación
sea el honor y su premio el reconocimiento moral; pero lo que si podemos
cambiar antes de acabar el presente siglo es el sistema de distribución de la
riqueza, de manera que el emprendedor, el dueño de la tecnología reciba no solo
el reconocimiento moral por su dedicación, sino además la merecida retribución económica
que le corresponde, como incentivo a que los demás traten de alcanzar sus
mejores logros, pero que además, mediante un justo sistema tributario, la
riqueza obtenida pueda ser equitativamente aprovechada por el resto de la
sociedad.
Liberar al hombre del trabajo
manual no debe significar sustraerle la fuente de sustento, la tecnología está constantemente
elevando la productividad significativamente, por tanto, se eleva el PBI, lo
que genera la riqueza de un país, sin embargo, el sistema redistributivo vigente
genera un cuello de botella donde solo una pequeña minoría puede alcanzar los
beneficios de este incremento.
La incongruencia del
sistema es que, desalojando la mano de obra para crear mayor ganancia, está también
reduciendo el mercado potencial para su producción, a mayor desempleo la gente
tiene menor capacidad de compra y la economía cae en recesión, lo cual este
sistema enfrenta temporalmente inyectando inversiones desde la caja fiscal, es
decir del dinero de todos nosotros, somos los contribuyentes quienes salvamos, con
nuestros aportes, a la gran empresa para que esta nos continúe explotando como
trabajadores; pero esta medida es solo un parche, puesto que el circulo de las
crisis del capitalismo no es realmente un circulo, sino una espiral, las crisis
se hacen cada vez más frecuentes y los fondos de rescate se vuelven cada vez más
ineficientes.
En determinado punto
esto tiene que parar, el cambio constitucional que se propone, no solo tiene
que enfocarse en la ampliación de la democracia, sino que debe tomar acción sobre
el sistema redistributivo que se establece mediante la tasa impositiva
tributaria; para que sea equitativa debe gravar progresivamente con mayor peso a los que obtienen más altos ingresos
que a aquellos que están por debajo; poner énfasis en la recaudación para
evitar la evasión, en especial de los grandes conglomerados empresariales.
Finalmente, redistribución
no significa premiar la incapacidad o la ociosidad, todos debemos tener la obligación
de aportar, desde el que vende caramelos en la puerta de su casa, hasta el que
tiene un negocio exitoso, y la retribución tendrá que ser de acuerdo a su contribución,
lo que tenemos que parar es la subvención que estamos dando al gran capital para
su supervivencia sin que recibamos una justa retribución.